La tormenta perfecta | Segundo capítulo

pexels-photo-316080.jpeg
 

Hay deseos lo suficientemente fuertes como para salvarnos de una realidad poco significativa

Dentro de todo lo que éramos, nuestro vago reflejo, era un muestra de lo vanas que eran nuestras propias mentiras.

Mi hermana seguía viendo por la ventana, la conocía lo suficiente como para saber que detrás de cada uno de sus suspiros habían una cantidad de verdades atrapadas, atascadas en una realidad inesperada y cruda.

Desde que nuestro padre había muerto nuestro mundo había dado un giro totalmente impredecible, ahora vivíamos lejos de casa, lejos de cualquier persona que pudiera reconocernos, lejos de cualquier muestra de cariño o afecto.

Eramos solo nosotras cuatro. Cuatro hermanas que nunca nos habíamos llevado bien, pero que ahora por cosas del destino estábamos sujetas a confiar una de la otra.

Confianza, una palabra hermosa, que entre nosotras no valía nada.

Como siempre nuestra casa estaba llena de lujos, teníamos todo lo que queríamos, menos libertad, desde que todo había explotado, los velos se habían caído y mi mamá había jurado protegernos de todos los enemigos que había dejado nuestro padre, seguir con vida, era quizás el mejor golpe de suerte que nos había dado esta vida.

Nuestra casa lindaba con otras dos mansiones. Dos mansiones que parecían desoladas, como si nunca nadie las hubiera habitado en los 3 años que llevábamos en este encierro.

La mansión de al lado sin duda era una de mis casas favoritas. Los techos de madera y los grandes vitrales dejaban ver lo ostentosa, pero acogedora que era la casa. La decoración en colores tierra hacía que la casa tuviera una vibra mucho más relajada y descomplicada que muchas otras casas del vecindario.

Ver aquella casa siempre me acordaba la vida que había perdido, la vida que nunca llegaría tener, y es que quizás para una mujer como yo tener una buena vida familiar era un lujo demasiado alto, tan alto que ni el dinero lo podía comprar.

Al tratar de despejar mi mente no pude negar que por más que me costará admitirlo ya comenzaba a preocuparme por el paradero de mi mamá. Una parte de mi quería negarse a la idea, pues todo esto era su culpa, pero ella era todo lo que tenía, todo lo que nos quedaba.

Nuestra madre llevaba un mes sin ponerse en contacto con nosotras y ya la tensión empezaba a sacar lo peor de cada una.

-“Todo va a estar bien”

Nos repetíamos esa frase a diario. Pero la monotonía y la falta de acción en nuestras vidas, resultaba siendo la peor tortura.

Sin duda ya no habían muchas esperanzas, nuestra suerte estaba echada y solo era cuestión de tiempo para que todo se diera, para que todo acabará.

Vivir en aquel encierro era quizás lo peor que nos había pasado, pero si somos honestas era lo único que nos había mantenido vivas todo este tiempo. Nuestras cabezas tenían un precio y ninguna de las cuatro podía ignorarlo.

Sentía como los minutos pasaban en un estado de inactividad profunda, como si el mundo se hubiera congelado, pero aún así yo seguía viva, pero de alguna manera muerta por dentro. La sensación era desgarradora, inexplicable.

Cerré los ojos en búsqueda de aquella imagen, de aquel lugar, de aquel momento en donde era libre, en donde podía recorrer las calles sin miedo, sin angustias. En donde simplemente podía ser.

Lo más lejos a donde había podido llegar en estos tres años era aquella casa, aquella playa en donde por varios días trate de alejarme de todo lo que no podía tener, ni ser.

-Esther baja.

-¿Hay noticias?

-Baja.

Hice lo que mi hermana me ordeno.

Al llegar hasta la planta de abajo, vi que había un paquete para cada una. Como siempre, habían cuatro enormes cajas. Como era de esperarse mamá había enviado vestidos, joyas, maquillaje y cualquier otro accesorio lo suficiente costoso como para subirnos el animo.

Lo que había funcionado el primer año, pero a medida en que el tiempo pasaba los regalos parecían tener menos importancia. Hice a un lado la caja; desde hacía un par de meses había parado de abrirlas. ¿Qué caso tenía tener tantas pertenencias si estaba encerrada en estas cuatro paredes?

-¿No vas a abrir la tuya?

Esther la miro poco entusiasmada.

-¿Sabes lo mucho que valen todas estas cosas?

-Claro, nos ha costado nuestra libertad.

Susana la miro de arriba abajo, algo alterada.

-Como siempre dañando los pocos momentos de felicidad que tenemos.

Susana siguió desempacando su caja emocionada mientras veía qué joyas podía estrenarse ese mismo día.

Zara, su hermana mayor, tenía en sus manos un par de guantes de boxeo nuevos, como siempre mamá sabía exactamente qué darnos a cada una. Ella lucía satisfecha.

-¿A dónde están las demás?

Dijo Zara mientras acaba de desempacar.

-Paloma esta durmiendo y Sofia esta en la cocina.

Susana le respondió rápidamente.

-Bien.

Esther las miro con mala cara mientras salió de la sala.

Ver las cajas se suponía un mes más en este encierro, un mes más en estas cuatro paredes. Mi piel se erizo de solo pensarlo. Me deje llevar por las nubes por un tiempo hasta que escuche un sonido al frente del patio de la casa.

Al asomarme al patio vi a Sofia corriendo, alejándose de la casa, di un paso a fuera de la casa y sentí un pequeño vació, sentí lo fácil que sería poder irme, esa sensación fue agradable un tanto reconfortante. Camine aún más, y vi como mi hermana se perdió entre el bosque. ¿Qué estaba haciendo?

La seguí por un par de minutos entre la espesa y profunda selva, hasta que llegamos a la playa. Me escondí entre los arbustos con el fin de entender lo que tramaba Sofia.

Era evidente que esta no era la primera vez que salía de la casa, ella sabía perfectamente que ruta tomar entre tanta maleza para poder llegar hasta aquel lugar.

Espere por un par de segundos hasta que todo hizo sentido. ¿Cómo se le había ocurrido todo esto? ¿Cómo la había encontrado? Tenía mil preguntas en la cabeza, pero este no era el momento.

Sofia estaba con él, aquí, en nuestro escampadero. En el único lugar seguro que conocíamos. ¿Por qué había arriesgado tanto?

Me costo poder creer la estupidez que mi hermana había cometido, nos estaba poniendo en peligro a todas, y todo por un hombre. ¿Por un amor de colegio?

Respire profundo, sabía que necesitaba calmarme. Me quede viéndolos por un par de minutos hasta que ellos empezaron a hacer cosa que la verdad era mejor ni mirar.

Camine por la playa, hacía mucho que no sentía la arena en mi piel y mucho menos las olas. La verdad es que uno debía estar muy jodido para arriesgar todo por amor.

Siempre estamos a minutos de darlo todo por amor o a instantes de sentir lo que nadie puede poner en palabras.